La primera vez que probé el pan de pita fue hace muchos años (no voy a decir cuántos 😉 ) en un viaje por Israel.
Me encantó y desde entonces lo he seguido tomando en multitud de ocasiones.
Lo que no he vuelto a probar (afortunadamente) ha sido una salsa de color verde intenso que acompañaba el falafel. Una salsa que… en fin… sabéis que me gusta el picante… y mucho… pero lo de aquella salsa… ¡¡Socorrooooo!!
Os prometo que nunca-jamás-de-los-jamases he vuelto a probar una salsa tan picante.
Todavía me lo pregunto: ¿¿De qué estaría hecha??
En fin. Aparte de esta anécdota, la verdad es que el pan de pita es muy versátil y se pueden hacer infinidad de combinaciones.
La manera tradicional es prepararlo relleno de falafel (un día os contaré cómo prepararlo), verduras, carnes, pescados, mariscos o una combinación de varios. Por ejemplo, el último que tomé fue una mezcla de carne picada con verduritas frescas en juliana y trocitos de piña. ¡Rico!
A mi, particularmente, me gusta con hortalizas asadas como berenjena, calabacín, algunas especias árabes. Ummmmm
Otra forma, no tan conocida, es condimentarla abierta, a modo de pizza. Es sencillo: se abre el pan, dejando la parte interior hacia arriba y se añaden los ingredientes que utilizaríamos en una pizza: jamón, mozzarella, etc.
Para los niños, en plan bocata con jamón de York y queso o con albóndigas ¡les chifla!
Para un aperitivo, hacedlas pequeñitas, de bocado, y rellenadlas de lo que se os ocurra. Admite veinte mil ingredientes.
La preparación no es muy diferente a otros panes en lo que al amasado se refiere.
La principal diferencia reside en el horneado: se hace a temperatura muy alta y durante poco tiempo para crear esa «bolsa» en la que albergar nuestros deliciosos rellenos.
¿Nos ponemos manos a la obra?
Ingredientes (para unos 10-12 panecillos)
500 gr. harina de fuerza
250 ml. agua templada (aproximadamente)
1 cucharada de aceite de oliva
1 cucharadita de sal
1 cucharadita de azúcar
1 sobrecito de levadura de panadero (o 25-30 gr. de levadura fresca)
Preparación
En un cuenco amplio volcamos la harina y formamos un hueco en el centro.
En el hueco ponemos el resto de ingredientes y casi toda el agua (reservamos 3-4 cucharadas por si acaso).
Comenzamos a amasar, incorporando el agua que hemos reservado si vemos que la masa está seca. En ocasiones, incluso, hay que añadir algo más de los 250 ml. en función de la harina o de la humedad ambiental.
Cuando los ingredientes estén más o menos unidos, volcamos el contenido del cuenco sobre la enccimera y amasamos hasta obtener una masa lisa y elástica.
Formamos una bola y la dejamos en el cuenco, tapada con un paño, en un lugar templado hasta que duplique su tamaño (una hora, más o menos).
Transcurrido ese tiempo, precalentamos el horno a 250ºC (arriba y abajo) y extendemos una hoja de papel sulfurizado en una bandeja de horno.
Sacamos la masa del cuenco y la aplastamos para expulsar el aire.
La dividimos en unas 10-12 porciones y con la mano (o con un rodillo) extendemos cada una de ellas hasta formar círculos de medio centímetro de grosor, aproximadamente.
Las horneamos en dos tandas de 5-6 panecillos cada vez, unos 10 minutos, hasta que estén hinchados y doraditos.
Al sacarlos, los mantendremos calientes envolviéndolos en un paño.